Me bauticé sin querer

Solo curiosidad, nada de fé. 

En nuestros peores momentos somos nuestros peores compañeros. Por eso tiene lugar en el blog esta anécdota, apta para personas no cristianas. 

Estaba hace una semana en la plaza de mi localidad en Buenos Aires. Mientras esperaba el mensaje de alguien, se me acercó una joven. Me preguntó si había escuchado acerca de Dios Madre, y la idea que eso me dio sobre una nueva religión en mi radar me atrajo. Ya habían pasado años desde que no creía en algun Dios, desde que me aleje del catolicismo que había estado desde mis primeras socializaciones. Pero en mi determinismo por no cerrarme a un mundo espiritual posible, había estado acercándome a diferentes religiones y cultos. Un poco de mindfullness, alguna visita al templo hinduista, volver a una misa católica sin rezar ninguna oración, lecturas de cartas del tarot todo el tiempo. Entonces hace una semana en la plaza pensé que si hay algún momento en el que voy a hacer alguna búsqueda espiritual es ahora, en una etapa donde la única seguridad que siento es sobre mis problemas materiales y económicos. Pense que necesitaba lgo que me de ganas de vivir, además de las emociones cotidianas, algo superior. 

Quedé el día de ayer con Siu, la joven que me había dado un pantallazo de esta nueva religión. Bueno, al final no era tan nueva. Jamás pensé que después de charlar por menos de una hora yo fuera a aceptar un bautizo en la religión de los testigos de jehova. No tomándome enserio a mí misma, pensé que mágicamente iba a sentir algo cuando me tiraran agua encima. Y no. La contradiccion me dolia a la noche. Porque no habia algun cambio que pueda generar en mí un bautismo, pero me traicioné y quise arremeter contra todas mis ideas, solo porque se me ocurrió que no iba poder cargar con mi complicada existencia por mi cuenta. Desmerecí todo lo que logré hasta ahora: terminar la escuela mientras vivía en condiciones deplorables, estudiar una carrera universitaria pesadisima, viajar dos horas hasta la universidad todos los días, trabajar en atención al cliente sin colapsar, conservar amistades hermosas y reales, llevarme de maravilla con mis padres y el resto de mi familia. Toda la madurez que adquirí sin precisar una religión, sin hablarle a ningún Dios, habiendo aceptado que no puedo creer ni aunque lo intente. En los momentos más bajos, mi voz interior se dirige a esa joven que soy yo. Y solo yo sé cuánto puedo bajar, solo yo conozco todo lo que cargo incrustado en mí, aquello que tengo desde siempre y lo que me moldea desde que lo experimenté. 

Lo que necesito no es lanzarme a una religión, sino tomarme dos segundos para darme cuenta de que no es solo curiosidad lo que me movió a dejar que me mojaran toda la ropa y me sacaran fotos finjiendo que inicio una nueva vida obedeciendo a un dios. Estoy mal, muy mal. Pero porqué dudaría que voy a mejorar, como todas las veces anteriores. Estan bien, muy bien, dudar, retractarse y repensar. Vale la pena tomarse esos segundos, aunque se conviertan en minutos, horas, los meses que necesite. 

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